Probablemente esto haya sido así hasta 2009 – 2010, donde la
crisis comenzó a hacer mella en la banca, convirtiéndose en el foco de esta y,
en última instancia como la causante de ella.
La filosofía teórica de la banca se centra en el servicio
al cliente, ayudándole a poner en marcha sus proyectos personales y
empresariales, a proporcionarle una mejor calidad de vida y a adquirir
anticipadamente bienes y servicios de consumo y de lujo antes de obtener los
recursos necesarios para adquirirlos. El bancario asesora al cliente de cómo
sacar rentabilidad a sus ahorros, de cómo planificar su futuro económico, de
realizarle unas previsiones económicas y en definitiva de escuchar y solucionar
sus problemas económico financieros. Probablemente en la base de la banca
comercial, hasta comienzos de los años 90, esta filosofía llegara a ser la
práctica habitual. Cajas de ahorro en barrios y pueblos con unos empleados
bancarios que conocían a las familias, que el trato era personal, que la
rotación de empleados en las oficinas era casi inexistente, que la ingeniería
financiera estaba aún por desarrollarse, el beneficio de la entidad era ideado
en términos largoplacistas y donde el cliente era la única razón de ser de la
entidad.
Lástima que la ambición y codicia infinita se haya apoderado
de la banca, como si de una mancha de aceite se tratara. La gran dependencia de la sociedad a estas
empresas y su consecuente poder económico alcanzado, incluso político en lo que
a cajas de ahorro se refiere, han
desvirtuado completamente la función de la banca y el cliente ha quedado cada
vez más alejado de su filosofía, hasta tal punto que ni siquiera llegan a
realizar la única función por la que existen, la cual es canalizar el ahorro y
destinarlo a la inversión, la simple fórmula que se estudia en la primera hoja
de Economía (S=I, siendo “S” ahorro e “I” inversión).
Partiendo actualmente de un negocio bloqueado, de una
infraestructura desmesurada, de un guirigay de departamentos y jefes de departamentos
que ni los propios sabrían definir, de unos sueldos vergonzantes y de una
jerarquía sagrada, intocable y sectaria; es indiscutible el nerviosismo y la
presión que desde los cómodos sillones de piel se extiende hacia los empleados
de las oficinas, los cuales tienen el mérito de lidiar con los clientes al
mismo tiempo que con sus numerosos superiores. Los clientes reclaman atención y
apoyo y los responsables con pretensiones de banqueros reclaman números, esto
es lo único que importa, el cliente es una mera vía para sujetar su razón de
ser, la única función de estos es presionar al de debajo, su prepotencia y estrés
autosugestionado inconscientemente con idea de mostrar una cantidad de trabajo
ficticia les dan un aspecto omnipotente y en su micromundo consiguen parecer gigantes
con pies de barro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario