Negar la
mayor, esta es la premisa habitual que se utiliza en cualquier directiva de una
gran empresa, y, como no, la banca es el mejor ejemplo. Cuando trabajas en una
empresa altamente jerarquizada y extremadamente departamentalizada aparece como
un ente invisible una búsqueda de identidad y significado y una lucha por
parecer imprescindible dentro de la organización. Y esto se ve reflejado en su
máximo exponente en los numerosos directores, responsables y jefes, que con sus
aires de prepotencia y apariencia intachable e intocable, parecen cubrir una
enorme responsabilidad que sólo ellos podrían soportar. Sin embargo su entorno
más cercano, en pequeños ambientes de supuesta confianza, sabe que la función
de su responsable está tan diluida y delegada que prescindir de él sería
prácticamente inapreciable. Para ensombrecer esta apariencia, la actitud a
tomar por el directivo es derrochar un estrés absurdo autogenerado
inconscientemente como antídoto propio en la convicción de su puesto. La
extrema seriedad, la falta de humor, las decisiones (acertadas o no) tajantes,
las respuestas contundentes y la profesional evasiva a tantos temas que
desconocen son una fachada habitual del tipo de gente que alardea de la
posesión de estos puestos.
Lamentablemente
ni la meritocracia práctica (no teórica), ni la intelectualidad, ni la
formación, ni la inteligencia son aspectos determinantes en el ascenso de
posición jerárquica corporativa. Somos animales de costumbres, de hábitos, de
sentimientos y con una búsqueda clara del desarrollo personal, más en estos
contaminados ambientes, todos buscamos la comodidad y la facilidad en nuestro
día a día y cómo seguir una carrera profesional ascendente que finaliza en el
estrellato corporativo al que le da la mano el fracaso familiar.
Negar la
mayor es una práctica habitual, decisiones erróneas en puestos de relevancia
traen consecuencias graves en algunas ocasiones. En empresas con semejante
dilución de responsabilidad, con incontables departamentos, comités, responsables,
jefes y directivos, una decisión errónea es capaz de ser difuminada entre toda
la maraña de personajes, y en ocasiones, lo mejor es buscar una cabeza de turco
al que inculpar. Cuando los últimos y primeros culpables salen airados de su
incompetencia y en el mejor de los casos son ascendidos y en el peor son
movidos a puestos similares en otros departamentos. Esto interesa a toda la
cúpula, ¿quién sabe si el siguiente en tener que ser exculpado será uno mismo?,
es lo que vulgarmente se conoce como el hoy por ti y mañana por mi.
Recuerdo
ejemplos reales, directivos que fuerzan a vender productos ruinosos para los
clientes y en última estancia también para la entidad o directivos que gracias
a una decisión corporativa de escisión del negocio arrastran a decenas de
empleados a la calle y a una caída continuada del beneficio. En todos los casos
la mano ejecutora niega la mayor y diluye su responsabilidad. Qué distinto
hubiera sido si la consecuencia de su decisión hubiera sido positiva.
Hombres
de traje y corbata que esconden en su bolsillo interior un puñal dispuesto a
ser desenfundado al mínimo indicio de que su puesto se vea perjudicado. Falsas
sonrisas y golpecitos en la espada que ocultan una ambición y codicia sin medida.
Líbrenme de volver a moverme por estos ambientes que sólo engendran víctimas.
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